sábado, 9 de junio de 2007

Jorge Guinzburg


Jorge Guinzburg


“Estoy profundamente enamorado de mi mujer”

24 horas de trabajo, 4 hijos, producciones de teatro, humor fino y del otro, y un hombre al borde de un ataque de creación permanente.

A la una de la tarde, suenan los aplausos y se van los extras del estudio. Se van los camarógrafos. Se va Ernestina País súper producida con un vestido largo. Y se va Mario Mazzone con el saco en el brazo. Salen uno tras otro los asistentes, los productores y los reidores, y el conglomerado de personas atoradas en la puerta del estudio se parece mucho más a la imagen de un atascamiento en el subte en horario pico. Algunos asistentes ordenan la huída abriendo camino entre los curiosos, para que, ahora sí, salgan los famosos. Y se va Nicole Neuman, invitada del día, saludando como una lady y vistiendo como femme fatal. Después de 15 minutos, ya no queda nadie en el estudio de televisión y, a medida que se asoma la penumbra, por las luces apagadas, nada parece real. Los sillones blancos donde Guinzburg entrevista a sus personajes ya no son tan blancos como se los ve por la mañana. Y así el estudio se asemeja más a una pelota desinflada, y Jorge Guinzburg, se parece más bien a un jugador de fútbol que corrió los 90 minutos. Sin embargo, se prestará de lleno a la entrevista, y ni por un segundo parará de tirar sus ocurrencias. Hundido entre los almohadones, bosteza cada 5 minutos. Y no le importa mostrarse agotado-descuidado-pulverizado. Pero siempre predispuesto ante las preguntas y las fotografías que lo llevan de una parte a otra del estudio. “Y son 3 horas de estar al aire, no cualquiera se aguanta este trabajo”, dice. “Me levanto a la 5 de la mañana, leo los diarios y reviso el material del programa que viene”.

Pero entonces, este señor que atrae a millones de personas con sus programas ¿es un obsesivo con su trabajo?
Jorge Guinzburg: Y sí, la verdad que sí.

¿Y lo tratás en tu terapia?
J. G.: No, no pierdo el tiempo. Yo hablo de mis problemas no de mis aciertos (risas). Pero a la gente que le va bien, le va bien porque no tiene horario de cierre en su trabajo. Digo, por ahí un bancario sí, pero yo cuando camino por la calle vivo registrando cosas que veo, o cuando miro televisión me la paso anotando, y no tengo horario de cierre. Yo no postergo nada, todo el tiempo estoy pensando. Igualmente, no me describiría como un obsesivo.

¿Y cómo describirías a Jorge Guinzburg?
Hay algo que me describe bien: yo a los 20 años le entregaba el alma al diablo si alguien me aseguraba que iba a ser un tipo reconocido y querido por el público, si alguno me decía que la gente me iba a parar por la calle para saludarme o darme un beso.

¿Y se la entregaste?
J. G.: No, por suerte no hubo necesidad de entregar nada, surgió así y la verdad es que hoy estoy muy feliz, porque para mí es muy gratificante el reconocimiento.

Pero ¿no vas a decirme que en algún momento no te molesta que la gente te reconozca en todos lados?
J. G.: Y… hay momentos mejores que otros. Si alguien viene y se me instala en la mesa justo cuando estoy por comer el primer rabiol y se queda como media hora, cuanto menos, no es el mejor momento para charlar.

¿Cuál fue el mejor piropo que recibiste?
J. G: El de un playero de un canal de televisión, después de que yo le dijera una pavada. Me dijo: “Hay dos personas que son iguales tanto en la tele como en su vida. Una es Ricardo Darín, la otra sos vos”. Lo viví como un gran piropo.

¿Y es así? ¿Sos la misma persona siempre?
J. G.: Sí, soy igual tanto en la tele como en mi vida particular. Y diría que cada vez más igual. Tan parecido que cada vez disimulo menos cuando me enojo en cámara. Y en mi vida soy de enojarme mucho…

¿Y qué cosas te enojan?
J. G.: Soy chinchudo. Si las cosas no me salen bien, me altera. Hoy soy más tolerante que antes porque aprendí que los méritos le terminan dando crédito a los errores. Esto es así: si yo analizara a cada uno de los que me acompaña en cámara, podría contar de ellos unos cuantos errores, pero a la vez siento que todos tienen muchos méritos para que me quede solamente en la crítica. Sería una verdadera estupidez que yo me fijara solo en sus errores. J. G.: Cuando entrevistamos a Ernestina Pais nos contó que dentro de los grupos, vos te manejas como un padre... J. G.: Suerte que no dijo “un abuelo” (risas). Lo que pasa es que me resultaría imposible trabajar con alguien que no me banco. Incluso, cuando no era yo el que armaba los grupos, si alguien no me caía bien, me encargaba de decírselo en la cara.

Una fórmula directa que… ¿te ayudó a mejorar las relaciones?
J. G.: ¡No! me ayudó para que no exista la relación (risas). Lo peor que te puede pasar es que alguien que no te bancas se quiera hacer tu amigo. Y si bien nunca me agarré a las piñas, estuve cerca. En general, yo intento de que haya buen clima de trabajo, porque así el laburo sale bien. El tipo que disfruta gritándole a los demás, no termina trabajando bien.

Me imagino que después de tantos años trabajando deber ser un premio extra ser el que forma los grupos...
J. G.: Y sí. Cuando empecé, me tocaron hacer algunas cosas que me parecieron abominables, como el programa Doble o Nada, que salíamos desde una pizzería y que era sobre los mundiales de fútbol. Pero bueno, tenía que hacerlo porque no me quedaba otra. Sobre todo, me molestaba cuando llegaba a mi casa y escuchaba el ruido del estómago vacío de los chicos (risas).

No te dejaban dormir...
J. G.: Sí, no me dejaban dormir los desubicados.


Vitamina G
De chico, Jorge Guinzburg vivió unos años en Capilla del Monte, Córdoba. Sus padres trabajaban en una hostería, y él, con algunos problemas bronquiales, pasó en el pueblo algunos de los mejores años de su vida. Un día, ya famoso, ya conductor-periodista-humorista-productor-publicista conoció a Andrea Stivel, su mujer y actual productora general de Mañana Informales. Andrea Stivel es más alta que su esposo. Bah, eso no asombra a nadie. Pero no solamente es más alta que su esposo, sino que definitivamente es alta (tanto como podría serlo una jugadora de voley profesional). Y es delgada. Y tiene pelo castaño. Y todos los que la conocen coinciden en que es una muy buena mina. Simple. Práctica. Y todos los que conocen a Guinzburg coinciden que es un muy buen tipo, sencillo, comprometido y muy sensible. Después de 15 años de convivencia, un día se plantó ante su mujer y le propuso matrimonio. Ella aceptó y desde noviembre de 2001 están casados. En la tarjeta de invitación decía: “Te invito a mi fiestita de 15”. “Creo que fue la última fiesta menemista”, dice Jorge, marido de Andrea. De los cuatro hijos, solo a Malena, la más grande, le interesa la actuación. Soledad está terminando la carrera de Psicología; Sasha, de 18, se encuentra en Estados Unidos perfeccionando su inglés y le tira el rugby y la agronomía; y al más chico, de 17, le gusta el tenis.

Qué envidia… 20 años de casado, no cualquiera llega invicto. Y encima trabajando juntos...
J. G.: En mi matrimonio creo que no hay secretos: es simple, estoy profundamente enamorado de mi mujer. Andrea es la persona más inteligente y buena mina que conocí en toda mi vida, más allá de que me parece que es muy bella.
....
J. G.: Otra cosa que nos ayuda es que, pase lo que pase, ninguno de los dos se siente incondicional del otro. Los dos sentimos que tenemos que conquistarnos todo el tiempo.

¿Y te cocina para conquistarte?
J. G.: Sí, mi mujer me cocina todos los días. El otro día me cocino la mano derecha (risas).

Y cómo productora, ¿nada para reclamarle?
J. G.: No, de verdad creo que es la mejor productora que conocí en mi vida, pero eso no quita que discutamos seguido. Hay momentos en el programa que ella debe pensar que yo soy un tarado porque alargué una nota y estamos cortos de tiempo. Y otras veces yo pienso que me dio poco tiempo para una nota.

¿Y en casa la siguen?
J. G.: En mi casa no paramos de hablar de trabajo, no podemos parar. Hay veces que nos decimos: no hablemos más de trabajo y a los 5 minutos ya estamos hablando de los entrevistados del programa de mañana. Pero bueno, los dos somos dos apasionados por esto. Y ahí te repito: no te va a ir bien si pensás que el trabajo tiene un horario de cierre. Al menos, mi profesión no lo permite.

¿Y tus hijos te podrían reclamar algo por privilegiar tanto tu vida laboral?
J. G.: Mis hijos adolescentes pueden pensar que soy un tarado, pero nunca van a pensar que no estoy junto a ellos. Hay una sola cosa que nos molesta a todos: el teléfono que suena todo el día.
Y bueno… es también parte del juego, y de no parar nunca de trabajar…
J. G.: Sí, claro. Pero casi todo en mi familia está blanqueado. Mis hijos saben bien cuánto los quiero, cuáles son mis defectos y que hay una incondicionalidad absoluta que no es buena para la pareja, pero que sí es muy positiva para la relación padre e hijo.

Y a estas alturas, ya lograste todo. Digo, lo que vos soñabas de pibe, ¿se te cumplió?
J. G.: Yo soñaba con trabajar poco y ganar mucha plata. Mirá lo que son las vueltas del destino (risas).

Bueno, la segunda parte se te cumplió.
J. G.: No, no, no. ¿Quién te dijo? (se ríe a carcajadas).
De boca de Guinzburg
Los viajes: Me gusta mucho viajar. Tengo ganas de conocer Grecia, Rusia, la India, la China e Israel. Son lugares en los que no estuve, pero que sé que voy a conocer tarde o temprano. Y salvo los viajes por trabajo, en general lo hago con mi mujer.

Inspiraciones: Yo me inspiro desde todos lados. Vos podés estar mirando un drama y te puede inspirar algo graciosos, porque en general los mecanismos de creatividad son bastantes anárquicos, no tienen que ver con una formula matemática de creación.

Lo mejor de la TV: La gente de Cuatro Cabezas me parece brillante por el cuidado de la estética. También me gustan los productos de Diego Gvirtz (Duro de Domar y TVR). Damian Szifrón es otro creador brillante (Los simuladores y Hermanos y detectives). Marcelo Tinelli es otro gran productor.

Literatura: Me gusta la novela negra policial: Hammet, Raymond Chandler, Scott Fitzgerald, Arthur y Henry Miller. De Charles Bukowski, creo haber leído todo. Los rusos me parecen bárbaros, entre los mejores Chejov y Navokob. También Norman Mailer, Tom Wolf y Heminguay. Publicidad: Todo lo que hago e hice en publicidad, me gusta. De hecho, si alguien viene y me ofrece hacer una campaña, la hago. Me divierte y me gusta. La última que realicé fue una Campaña para la AFIP.

Humor: Me gusta desde Woody Allen hasta Jorge Corona. No me pongo a decir hay que lindo el humor fino o el humor intelectual. Soy muy amplio y me divierten muchas cosas diferentes. Me copan desde los Hermanos Marx, hasta Emilio Disi. Me gusta desde Hugo Varela hasta José Luis Gioia.

Película: En el nombre del padre. Una comida: Me gusta más lo salado que lo dulce. Si me condenaran a comer un solo plato el resto de mi vida, creo que diría milanesa con papas fritas a caballo. Porque un día como la milanesa, otro día las papas fritas y otro día como el huevo. Así no como lo mismo todos los días.

Terapia: Si mi terapeuta me devolviera todo lo que yo gasté en terapia en estos últimos 20 años, casi que no tendría necesidad de ir. ¿Cómo empecé? Empecé a ir a terapia porque me pillaba en la cama y a mi mujer no le gustaba (risas). No, mentira, en realidad comencé porque sentí que la terapia podía ayudarme. Después de tantos años, este fin de año voy a tomarme un alto. Aunque, en verdad, lo estoy pensando porque yo no creo en las altas psicológicas, siempre hay algo para seguir conociendo de uno mismo. Hoy mi psicólogo es como mi papá. Lastima que no me da plata para salir (risas).

Un sueño: Tengo ganas de comprar una bodega en Mendoza. Ahí sí que me gustaría irme a vivir al campo. A mi hijo Sasha le gusta todo lo que tiene que ver con el campo, seguramente hagamos algo juntos.

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