martes, 25 de diciembre de 2007

El Gordo Bueno

Publicado en Revista Planeta Urbano

El Gordo bueno

Adelgazado a pastillas, el sorteo de navidad se mueve entre la intrascendencia y la tradición que lo sostiene. Como una costumbre que anticipa el pan dulce y la sidra, lucha contra sus propios problemas de inserción social.

Nuestro gordito tuvo nacimiento en 1893 y el pobre ha adelgazado bastante hasta nuestros días. Es que ya no es lo que era antes cuando pisos repletos de empleados contribuían en una gran “vaca” para compartir el billete, y a fin de año todos juntos a rogarle piedad a los niños cantores. Tampoco por estos años las apuestas se levantan con un mes de anticipación como en los años 60, cuando los agencieros ponían sus billetes a la venta en la vidriera y la gente los compraba sin pinsarlo.

Desde los días alfonsinitas el sorteo tradicional de fin de año (alias el Gordo de Navidad) tuvo que aprender a competir con los juegos instantáneos, los bingos y los Casinos implantados en todos los sectores de las ciudades. El loto, el Quini y todos los demás juegos son los médicos que año tras año se empecinan en hacer adelgazar al inflado navideño. Y así no hay gordo que aguante, porque la costumbre ha llevado a que los jugadores modernos prefieran el resultado ya, es decir jugar hoy y, como tarde, cobrar mañana. Pese a todo el Gordo no arruga y se presenta remixado con solo un total de 300.000 números en juego, cuando antes existían varias series de cada número que terminaba repartiendo el premio entre varias personas.

Los agencieros se aúnan para afirmar que el dogor está pasado de moda, como una costumbre que las nuevas generaciones no poseen. Casi como ir a las carreras de caballos o jugar a las bochas. Antes los agencieros iban a la Lotería Nacional, en la madrugada y cargados de fajos de dinero, para comprar más billetes porque se los sacaban de las manos; ahora después del sorteo terminan devolviendo casi la mitad.

En su historial, el sorteo de fin de año aporta algunas jugadas curiosas como aquellas dos que promediando la década del 90 atenuaron la tristeza de los perdedores: el Gordo no pudo ser devorado por nadie porque quedó vacante y todo terminó con la devolución de los billetes por los agencieros y ... ¿el dinero? directo a la Secretaría de Desarrollo Social. Más atrás, en los años 40, se dio la azarosa repetición casi consecutiva del 6.003 en menos de 4 años. También por aquellos años los niños cantores fueron denunciados por fraguar las bollillas. En el fondo, siempre rebosante y con sus cachetes brillosos, el Gordo mirando atento cada jugada.

El mayor de los dolores, sin duda es pegar en el palo, es estar a tan solo a un mísero número del ganador y quedarse con las manos bien vacías como esperando que las reglas cambien a último momento y, por qué no, haya un premio “al casi”.

Pese a las crisis el sorteo navideño sigue dando buenos resultados al/los ganadores: 3.700.000 pesos en total. La escena del post sorteo seguirá siendo la misma con ganadores y sin caras. Ni gordo, ni flaco, anónimo será el ganador. Atrás los festejos filmados por los noticieros de “Sucesos Argentinos” en donde el barrio entero se juntaba para saludar al nuevo millonario.

El Gordo sufrió también varios retoques en su estética en pos de gustar más, hasta posó alguna vez en las vidrieras con una raspadita extra. Siempre corriendo atrás de los cambios sociales, de las modas y de las costumbres, invariablemente ahí como una firme tradición, más cercano a las viejas generaciones y queriendo caer simpático a las nuevas. Quien nos dice que a esta altura, y en algún aspecto, quizás el Gordo de Navidad se parezca al tango... y empiece a gustar después de los 40.