miércoles, 26 de septiembre de 2007

Guardarques en Acción

Publicada en la revista VIVA de Clarín.

La ley de la selva

Mañana nublada de primavera, las montañas aún nevadas en las cumbres, y un frío patagónico tan frío y seco, como saludable. Es el día de Parques Nacionales y en todos los Parques del país se están preparando los mismos rituales: discursos de funcionarios, las palabras del Intendente del Parque y las condecoraciones a los Guardaparques más antiguos. Aquí, en el Parque Nacional Los Alerces, a pocos kilómetros de la ciudad de Esquel, los Guardaparques están felices por verse otra vez las caras, todos juntos y en familia.

Y no son más de 20 los que andan de un lado para el otro cargando a sus hijos, mientras sus mujeres se juntan en grupos separados a charlar. Con sus camisas verdes bien planchadas y sus sombreros, firmes, muy firmes, en las cabezas, todos lucen acordes a la celebración. Es que los feriados, los francos y los fines de semanas, en la vida de los Guardaparques son días íntegramente dedicados a la familia. Si no tenés dos casas obligás a tu mujer a vivir con vos en el medio de la montaña, y de alguna manera estás condenando a tu familia a vivir en el ostracismo, tapándole el desarrollo profesional”, cuenta el Guardaparques Víctor Scarano de 49 años, y 25 de servicio, que dentro de unos días se convertirá en el nuevo Jefe de Guardaparques del Parque. Y sigue: “nuestra vida es Parque, vivimos en una burbuja donde todo el día estamos hablando de lo que pasa acá dentro. Necesitas si o sí dar una vuelta o tomarte un tiempo porque es sano”.

Y todo lo que pasa dentro de un Parque Nacional tiene intima relación con los Guardarques que deben actuar si un turista se pierde, o tiene problemas con su vehículo. Pero también tiene que estar al pie del cañón para brindar charlas en las escuelas sobre el cuidado del medio ambiente. Eso y mucho más está dentro del cosmos del Guardaparques que, además, controla como lo haría un policía, a los Guías de Pesca para cumplan con las normas internas.

“Si hay algo que nunca voy a reprochar de esta profesión es que no es rutinaria. Te levantás a la mañana y no sabés que vas a hacer el resto del día, y de repente estás a 50 kilómetros de tu seccional de trabajo”, cuenta el Guardarques Oscar Jensen, conocido dentro del Parque Nacional Los Alerces como “Puma 3”. Más bien introvertido, y ya con 18 años de servicio, se acerca a los turistas con una calma y buen trato que da confianza. “Será el aire de la montaña que nos hace así de tranquilos. Pero acá no necesitas reloj y que nadie te corre”, dice. Ahora, después de vivir más de 8 años entre la Antártida y el Parque Nacional Nahuel Huapi, encontró, junto a su familia, en El Parque Nacional Los Alerces su gran destino.
Yo creo que la gente nos ve como un amigo, y si bien no sabe muy bien que es lo que hacemos, sabe que lo podemos ayudar”, dice Jensen. Así los más de 20 Guardaparques que hoy viven dentro de esta maravilla desbordada de naturaleza virgen, llamada por los hombres como El Parque Nacional Los Alerces, tienen a su cargo 630.000 hectáreas de montañas, glaciares, árboles, flores, animales exóticos, y ríos y lagos verdes y azules, y más verdes y más azules de lo que cualquiera pueda imaginar. “Mi trabajo es apasionante, me dieron para administrar y dirigir todo el Parque, uno de los lugares más maravillosos del mundo, sin dudas, es un premio. ¿A dónde me voy a ir?”, dice el Intendente de Parque Nacional Los Alerces, el Guardapaques Ricardo Pereira.

Nacido en Capital Federal, el Intendente, de 46 años, repite la historia de varios de los que están aquí, y que nacieron en una gran ciudad y de un día para el otro le pegaron un portazo al cemento para vivir en el medio de la montaña. “Yo toda mi vida soñé con la cabañita al lado del lago, y hace 25 años que lo pude cumplir. Lo que más me gusta es poder mudarme de un lado a otro y conocer diferentes paisajes. En mi vida ya me mudé más de 20 veces, cruzando muchas veces todo el país, de un lado para otro. Claro que la que sufre es mi familia”, dice Pereira.

De pelo largo hasta los hombros, y una pose rígida, tirando a fachera, Sebastián Valle es otro que pegó un giro en su vida, para dejar atrás su casa del barrio porteño de Belgrano e irse, primero, a estudiar para Guardaparques a Córdoba y después a vivir al Sur. “Cuando le dije a mi viejo que quería ser Guardaparques no le gusto, él se pensaba que yo quería ser un empleado del Estado. Pero después se convenció de que ese era mi gusto”, cuenta Sebastian que, ahora a los 30, vive con su mujer y sus tres hijos en una de las seccionales más alejadas del Parque.

“De chico siempre me gustaron los bosques patagónicos y la nieve. Y siempre sentí la necesidad de saber más, y ahí se me despertó esta vocación de ser un salvador, de proteger”, dice.

Familia Rodante

Como en todos los Parques Nacionales hay una estructura interna que comienza con el Intendente, y sigue con el Jefe de Guardarques, y los demás rangos de Guardaparques que en el caso del Parque Los Alerces se los distingue con el nombre de “Puma”. Y también están los administrativos que en general son los mismos pobladores de la zona. Y todos los Guardaparques trabajan y viven en cabañas, más o menos alejados de la urbanidad que se conoce como Seccionales. Y hay casos en que el Guardarques se lleva a toda su familia a vivir a la Seccional, y hay casos en que su familia vive a varios kilómetros de distancia.

Y es así que los familiares de los Guardaparques se topan con algunos avatares un tanto rurales, un tanto hostiles. Entonces como una copia se repiten los casos: las separaciones, las visitas de la familia durante los fines de semana, los chicos y la escuela, la falta de comunicación y una mujer, su mujer, más que acostumbrada a los viajes y a los cambios de destinos.

Gabriela Arrieta, es madre, y también es mujer de un Guardarques que vive en Esquel a 50 kilómetros de la Seccional de su marido. “Nuestra vida es así: tenés dos casas, vas y venís constantemente y estás muy supeditada al trabajo de él. Pero yo lo elegí así, bajo esta situación condicional, pero en el invierno se hace muy difícil, si luz, sin internet y en el invierno con los caminos cortados por la nieve”, dice.

“Cuando recién te venís a vivir a un lugar paradisíaco todo es lindo. Pero muchas mujeres no pueden ejercer su profesión y te vas quedando. Y eso es desgastante porque él trabaja, y yo no, él aporta, y yo no. Es un sacrificio muy grande”, cuenta Alejandra, en pareja con Gustavo Sánchez, Guardaparques de la seccional Río Grande a pocos kilómetros del cruce con Chile. Y los resultados están a la vista: el 80 % de los Guardarparques que se retiran de su profesión lo hacen presionados por las mismas familias que no soportan la vida en la montaña.

Y entonces los caminos son dos: o la familia vive en la ciudad más cercana o todos, en familia, viven en las seccionales. Claro que las seccionales que están dentro del Parque Nacional Los Alerces no tienen parentesco alguno con las seccionales de la policía, más bien en muchos casos se parecen a cabañas de ensueños, construidas con viejos alerces y con vistas que brindan primerísimos primeros planos a las montañas y a lagos. “Igual somos la envidia de todas las mujeres. El Guardaparques es un objeto de admiración, más en el verano cuando llegan las turistas, porque la imagen romántica del Guardaparques vende mucho”, dice Gabriela Arrieta.

“En la época militar nos hacían aplicar el reglamento con todo el rigor, y en general nos enfrentábamos con los cazadores furtivos a los tiros. Siempre sólos y con la pistola que nos daban”, recuerda el Jefe de Guardaparques del Parque Nacional Los Alerces, Agustín Guaimas. Pues con más de 30 años de servicio, este salteño de una voz pausada que parece tener relación directa con su andar, está a punto del retiro y no quiere saber nada con dejar su trabajo.

“Ser Guardaparques no lo cambio por nada, por eso trato de vivir una vida muy organizada con mi familia, porque viven en el Parque es mi vida, es mi vocación. Pero yo creo que a todos nos pasa lo mismo, nuestra gran virtud amamos lo que hacemos y eso nos diferencia de otras profesiones”, cuenta Ariel Rodríguez que a los 33 años está casado con una mujer que vive y trabaja en Esquel. Y sigue: “el Estado se agarra de ese voluntarioso Guardaparques que no se queja, que pese a cobrar poco sigue cumpliendo con sus tareas y todo sigue funcionando”.

Vida de Guardaparques

De repente de la nada, dos jovencitos saltan de atrás de unos alerces. El grupo más bullicioso del contingente de jubilados que anda por allí, maravillados por el paisaje, se asusta por la abrupta aparición de los aprendices a Guardaparques, Matías y Luciana. Ellos vienen abriendo senderos a puros machetazos, metidos en la parte más boscosa del Parque Nacional Los Alerces, con sus gorros de la promoción 25, su larga vista y sus botas manchadas de barro como una 4x4 después del rally.

“Ahora los chicos que entran a la carrera de Guardaparques seguro ya tuvieron un paso previo trabajando en un Parque como voluntario. En mi época caías en paracaídas, no sabías muy bien de que se trataba y por eso muchos terminaban renunciando”, explica el Guardarques Oscar Jensen.

Y también están las mujeres Guardaparques, que pese a seguir siendo minoría crecen en número año tras año. “Nosotros trabajamos en equipo, no es un profesión que sea solamente para hombres. No es mi intención competir con ellos en fuerza porque sé que voy a perder. Pero las mujeres que somos Guardarques somos más puntillosas que los hombres, más organizadas”, cuenta Laura Fenoglio, una santafesina que a los 18 años conoció el Sur en su viaje de egresados, y de ahí en más nunca más no dudó en ser Guardaparques. “Un embarazo y un hijo acá en la montaña es muy difícil de llevar, pero cuando tengo que salir a trayectos muy lejos cargo a mi hijo en la mochila y salgo de recorrida, no puedo quedarme encerrada”, agrega Fenoglio que hoy vive junto a su hijo en una cabaña frente al lago Verde.

Pero hay algunos temores. “Yo veo que un día la mujer Guardarques se saca el arito, se corta el pelo, lo anillos y chau... Pero yo soy coqueta porque a pesar de todo soy mujer”, dice, entre risas, Luciana Ascurra un neuquina que el año que viene se recibirá de Guardaparques.

“Sé que sigue siendo difícil para una mujer ser Guardaparques porque el hombre cuando está mal agarra el caballo y se va a donde quiere y nadie le dice nada, pero si una mujer hace lo mismo, siendo Guardaparques, seguro la señalan con el dedo”, dice el Intendente del Parque Los Alerces, Ricardo Pereyra.

Pero desde ya que hay épocas mejores que otras para vivir dentro del Parque. Entonces están los días más celestes, de soles que se esconden a los 20 hs detrás de las montañas, y de temperaturas primaverales ideales para las ropas livianas, y que conocen el grueso de los turistas que llega en la temporada de verano. Pero también hay de los otros, los días de invierno, que solo viven en carne propia los mismos Guardarques que, por ejemplo, empiezan sus días según estén o no transitables los caminos por las nevadas.

“Yo no le tengo miedo a los parques o a los bosques, yo le tengo miedo a la ciudad. Si alguien me obligara a irme del medio de la naturaleza me moriría de miedo. Hoy vemos la televisión y te asustan mucho los robos, nosotros vemos que la gente vive encarcelada. Acá dormimos con las puertas abiertas y los pibes están todos los días en la calle y nos podemos desentender de ellos”, dice un delgado cordobés, de anteojos negros, llamado Leandro Lema, Guardaparques desde hace más de 20 años.

Y en invierno se hace más que preciable la leña, las ropas reforzadas con dobles medias, doble campera, doble pulóver, sombrero, botas, y todo, absolutamente todo lo que ayude a defenderse del frío que baja, tranquilo, a los 0 grados. Y también hay libros para pasar el invierno, que se hacen ver en bibliotecas de las seccionales que estallan de obras de las más variadas.

Es pasada la media tarde en el Parque Nacional Los Alerces, y ya quedaron atrás los más de 20 corderos patagónicos que sirvieron de mesa en los festejos por el día de Parque Nacionales. Las familias enteras se disponen para el regreso, mientras los últimos Guardaparques no se rinden a dejar de jugar con sus hijos. El grueso de las mujeres hacia Esquel, los chicos a preparar las tareas de la escuela para empezar la semana, y los Guardaparques camino a las seccionales para cortar la leña que alimentará a las estufas económicas. Todo muy natural, todo en plena montaña.

El Parque Nacional Los Alerces por dentro

Con un área de 263.000 hectáreas, el Parque está a pocos kilómetros de la tranquila y bella ciudad de Esquel, en la provincia del Chubut. Una docena de lagos, lagunas, y otros tantos ríos aportan una pluralidad de colores inigualables que se hacen aún más fuertes con la llegada de la primavera.

Los cerros de hasta 2500 metros de altura, nevados en invierno y de un intenso verdor durante el resto del año, le dan forma al horizonte, que se funde con los mágicos bosques solo transitables a través de senderos.

El Huemul es una de las especies más características de la zona, y las cascadas que fluyen, dan el marco de naturaleza virgen que los mismos Guardaparques se encargan en conservar.

Dentro del Parque está el Alerzal Milenario, de más de 2600 años, al que se llega tras una navegación lacustre y recorrer, a través de senderos, bosques, cascados y una flora de increíble variedad.


Los Habitantes

Dentro del Parque Nacional Los Alerces viven unas 100 familias que ya estaban instaladas allí antes de que se creara el Parque a mediados de la década del 30. Descendientes de los primeros pobladores, la mayoría trabaja en la administración de la Intendencia, o de la ganadería o del turismo atiendo hosterías o siendo guías baqueanos.

“Los pobladores del campo son tus amigos, y tenés que ser su amigo porque ellos te enseñan muchas cosas y te ayudan a sobrevivir, te prestan el caballo, te guían. Y a veces nuestras instituciones son un poco recias con ellos, y nosotros somos el nexo para ablandar la relación”, dice el Intendente del Parque Ricardo Pereira. “Un día donde había gente viviendo se montó un Parque y ese día esa gente se quedó sin su campo, sin su acceso a la propiedad y el acceso a los recursos. Y esto se profundizó sobre la dictadura. Hay mucha gente castigada y golpeada que recién hoy está volviendo a confiar en nosotros”, sintetiza el Intendente.

sábado, 8 de septiembre de 2007

Abrí la boca y cerrá los ojos



ABRÍ LA BOCA...

Por suerte existen los blogs. A mi me viene al pelo para publicar una de las tantas notas que no salieron publicadas por… forreadas del “editor de turno”. En este caso esta iba para la revista HOMBRE y quedó en la nebulosica. De paso aprovecho para agradecerle a Marcelo Oliveri, un periodista experto en lunfardo con varios libros publicados. Lo que se dice un “verdadero loco de la guerra”.

ANTES
En los 90 para decir que estabas apurado, sin tiempos y ocupado se decía “estoy a pleno” y unos años antes “estoy al mango”.
AHORA
La lengua inglesa se ha entrometido en nuestro lunfardo y estás afuera si no tirás un “estoy a full”. “Pero hay que decirlo con toda la energía posible”, explica Marcelo Oliveri, autor del libro “Curso Básico de Lunfardo”.

ANTES
En los 80 estaban de re chupete frases como “mató mil”, “tirame la agujas”, “batime la justa” o “qué pálida”.
AHORA
Se usa “que bajón” o un simple OK para redondear una frase dándole un respiro a la oración.

ANTES
Hasta diciembre de 2001 algunas palabras tenían un sentido más inocente. Pensar que Corralito significaba simplemente un lugar cerrado y sin techo.
AHORA
Después de Cavallo y De la Rúa cuando alguien dice “corralito” nos ponemos como loooocos. A partir de la Alianza también retornaron viejas frases lunfardas como “hacer un escrache”. Lo menos es que te lo hagan (al escrache, obvio)

ANTES
Hasta fines de los 90 las tiendas de ropa que tenían prendas en oferta nos avisaban con un “estamos en liquidación”.
AHORA
Los negocios más cool cuelgan sus ofertas bajo carteles que dicen “sale”. Y si la ropita viene con algunas fallas, peina canas ir a un “segunda selección”: lo que mata son los Outlet.

ANTES
Larguirucho y Anteojito impusieron dichos como “hablá más fuerte que no te escucho” y “sombrero sombreritus, convierteme en Súper Hijitus”.
AHORA
Hoy más bien ya somos Súper Hijitus por lo caliente que estamos los hombres y cuando hay una mina infartante nos encanta perseguirla al grito de “chucu- chucu -chucu”.

ANTES
En los 70 se usaba decir “La barra macanuda” o “vamos a la boite”.
AHORA
“El argentino argentiniza las palabras, le da su propio significado y las dice como quiere”, dice analista del lunfardo Marcelo Oliveri. Por eso, después del trabajo no hay nada mejor que un after office, y si hay más joda la onda es una rave para revolear las cabezas.

ANTES
Videomatch puso de moda “el goma”. Los tangueros se referían al otro dieciendo “mirá el punto aquel” y los más rokers decían “quía”. Paolo el roquero terminó de imponer el “loco”.
AHORA
Volvió a usarse el “chabón” y “el boludo ha tomado las bases de che”, dice el malhablado de Oliveri. Y una que me encanta: amargo pasó a ser un “agreta”. Aunque en la cancha nada mejor que: ¡Vamos los amargos también pueden cantar!

ANTES
En la época del ñaupa a una chica fácil se le decía “ligera de cascos”. Después se le dijo “yiro” y los más zarpados se despotricaban con un subliminal: “¡atorranta!”.
AHORA
Los tiempos cambiaron, gordo. Hoy una mina de armas llevar es una fiestera, un gato y perra, y el casi en extinción “rapidita”.

ANTES
“La TV es el medio que más palabras impone, falta que alguien lo diga al aire para que luego forme parte del lunfardo popular”, dice el experto Oliveri. En los 80 Tato Bores cerraba su programa diciendo un “vermut con papas fritas y good show” y en los 90 el Pato “no podes” Galvan cerraba con un “Atorrantes a torrar, hasta mañana chaucha”.
AHORA
Desde el menemato en adelante Tinelli cierra siempre (sí siempre) su programa con un aullido parecido al “¡Chau, chau, chauuuuuuuu!”. Atenti lobo suelto.

Un cortado
También las épocas que corren nos acortan los tiempos, y ya aburre decir celular, hay que tirar un suavecito “llamáme al celu”. Y bueno que mejor que cerrar una frase con un “y nada …”. Es lo más de lo más y casi insustituible. Otra dentro del achique es decir “finde” y no ese extenso “fin de semana”.
Si te va entrar al mundo de la moda, no hay que obviar palabras como lookear, producirse o make up: ni se te ocurra decir maquillarse porque esa la usaba tu vieja cuando miraba el “Club del clan”.