viernes, 20 de marzo de 2009

La tierra del buen vino y un sol encantador


Publicado en el suplmento Caminos y Sabores de marzo de 2009.

Sus rutas vitivinícolas conforman uno de los itinerarios turísticos más destacados del país. En San Juan la Fiesta del Sol y en Mendoza, la de la Vendimia, son los grandes homenajes a la producción. Aceites de oliva y hiervas aromáticas como dos productos banderas de esta región destacada también por sus artesanías en cerámica.

No hay nada mejor que llegar de invitado a la casa de un sanjuanino. No hay puertas más abiertas que las de San Juan, pueblo generoso y buen anfitrión. Raúl Marún es un ejemplo de esta hospitalidad. Hijo de Don Julio Marún, pionero en la producción de aceites de oliva en San Juan y en la Argentina, decidió abrir su establecimiento y trasnformaalo en museo para homenajear el esfuerzo de su padre y de la olivicultura de San Juan. “Aquí está la historia de un hombre que de la nada llegó a todo, que gracias a su esfuerzo y a las cualidades de la tierra y el clima de nuestra región creó el mejor aceite de oliva del mundo”, cuenta apasionado Raúl. La fábrica funciona desde 1949 cuando la ciudad de San Juan resurgía del terremoto del 44, y hasta la actualidad sigue conservando las mismas máquinas para la elaboración artesanal de los aceites. “Mi padre comenzó a producir con una maquina pequeña y tres empleados, y nombró a la empresa Tupelí en honor a un cacique huarpe”, dice Raúl. Hoy el museo es una bandera cultural e histórica que tiene de insignia a los olivos y al trabajo humano.

Los aromas del vino
En Mendoza junto a la primera oleada de inmigrantes espeañoles e italianos, a fines del siglo XIX, comenzó a desarrollarse una modesta vitivinicultura. Fueron aquellos pioneros los que abrieron un puñado de pequeñas bodegas que luego se convertirían en grandes, y que con el tiempo se esgrimirían como la cara visible de la industria más importante de la provincia. Hoy de cada 100 litros elaborados en Argentina, 67 provienen de Mendoza, principalmente de la zona de Luján de Cuyo y Maipú.
Pero la historia no terminó allí: a finales de la década del 90 nació el Camino del Vino intregrado por bodegas tradicionales, familiares, artesanales, “boutiques”, y grandes establecimientos con tecnología de avanzada.
Pero no fueron los único pues sus vecinos sanjuaninos crearon también su propia ruta. “Como circuito es atractivo y demandado por los turistas que nos visitan. Hoy es el segundo lugar más recorrido después de Ischigualasto (Valle de la Luna)”, se entusiasma Miguel Mas, impulsor de este camino. Nacido en 1999 en la región de Pocito, su propuesta está cada vez más aceitada y hoy los turistas pueden visitar establecimientos, compartir un día de campo, probar las uvas e informarse. “Veíamos la necesidad de juntarnos entre varias bodegas y explotar como una asociación sin fines de lucro nuestros vinos y el turismo”, dice Mas.
“También creamos junto a otros productores el Circuito del Sabor donde el turista puede visitar y degustar nuestros acetos, aceites de oliva, quesos y jamones, además de comer postres tradicionales”, cuenta Miguel Mas.

Mountain bike en San Luís
El turismo en su formato de aventura es una de las invitaciones más acentuadas de San Luís. En Merlo una de las más desarrolladas es la que tiene al mountain bike como el gran protagonista. Así la Agrupación MTB, con el objetivo de atravesar los atractivos naturales de la zona, comenzó desde hace cinco años con las competencias de ciclismo de montaña.
Quien ande por las rutas que bordean a la villa de Merlo no podrá dejar de asombrarse: pelotones de ciclistas, entre profesionales y amateurs, en fila india haciéndole frente a las montañas, la arena, los caminos de ripios y los ríos. “Junto a los participantes, en cada competición, llegan sus familias y los amigos que los apoyan. Gracias al mountain bike creció el turismo familiar”, cuenta Claudio Mastronardi, uno de los creadores. Planificadas para temporada baja, con las competencias los sanluiseños buscan alentar la llegada de viajeros durante todos los meses del año.
El cruce de las Sierras de los Comechingones, en diciembre, de 50 km. de trayecto es la actividad más convocante.

La capital del ónix
“Comencé a los 12 años con esta labor. Al principio fue una salida laboral, pero con el tiempo me volví un loco de las piedras”, cuenta Armando Gil, artesano especializado en mármol ónix, en La Toma, San Luís.
Enclavado en una zona minera por excelencia, el pueblo es la capital del ónix, único en el mundo por su color verde. Los artesanos lo extraen de la cantera Santa Isabel, a 35 km. de la localidad. “El trabajo de cada pieza puede llevarte desde 10 minutos hasta 15 días. Usamos discos de corte para darle forma, luego lo pasamos por una moldadora, y ya se va preformando. Después pulimos y damos brillo”, dice Gil.
Con seis mil habitantes, La Toma, ubicada en una ladera bordeada de cerros, orientó el turismo hacia las visitas a los yacimientos mineros ya cerrados y, por supuesto, al ónix. “Hacemos visitas guiadas por nuestros talleres y mostramos como trabajamos”, resume Gil. Para coronar su labor de más de 40 años está por abrir un museo.

Las comunidades huarpes
“En nuestro pueblo somos todos artesanos”, cuenta Rubén Díaz en pleno Lagunas del Rosario, uno de los asentamientos huarpes más antiguos, en el departamento de Lavalle, Mendoza. “No llevamos los apellidos originales porque nuestros antepasados tuvieron que cambiarlos para no ser asesinados”, dice. “Me dedico a traspasar la cultura de mis ascendencia a nuestros niños. Durante años aprendí como trabajar la cerámica, estudié los dibujos geométricos que utilizaban nuestros abuelos, y lucho para que no se pierdan las tradiciones de mi comunidad”, resalta.
Díaz produce jarrones para dulces, ollas y vasijas, con las mismas figuras que usaban sus antepasados. “Una vez que saco la arcilla de debajo de los lagos de la zona, la mojo y la pruebo con limón para ver si contiene sal para saber si sirve”, dice. Después amasa la arcilla en el suelo “como quien amasa pan”, y sin moldes le va dando las formas, que finalmente lija para dejarles una superficie tan lisa como la de un cristal.
Como la gran mayoría de sus vecinos, un poco más de 1000, vive de la cría y la venta de chivitos y de la elaboración de artesanías en cerámica, cuero y algarrobo, árbol sagrado para los huarpes.

Los aromas de Calingasta
Tras atravesar un camino de tierra custodiado por álamos, que se cierran como un túnel, se asoma entre verdes de diversas tonalidades la planta de trabajo de Platario, una empresa productora de hiervas aromáticas situada en Calingasta, San Juan. Típico de su zona, cultivan y cosechan la lavanda, el romero y el tomillo que ofrecen un aroma que se mete sin pedir permiso hasta el fondo de las entrañas. “En verano cosechamos tomillo y estragón y en invierno se cosecha el romero”, cuenta el Carmelo Herrera, encargado de la planta y vaqueano de la zona.
El uso de las hierbas aromáticas tiene sus orígenes en lo más remoto de la historia, y tiene un destino final en la cosmética, la medicina y, por supuesto, la alimentación. “Toda mi vida me dediqué a lo mismo, es lo que sé hacer, es lo que me gusta”, dice Herrera mientras camina tranquilo explicando los canales de riego que surcan a las hiervas. En toda la montañosa región de Calingasta, el verde que brindan los pinos, álamos y grataebus se fusiona con los cerros, el andar tranquilo de los pobladores y las calles de tierra.
Sol, viento y montañas sirven la mesa para ofrecerle al país una de las producciones más ricas y variadas del país.