miércoles, 6 de febrero de 2008

Alegrias en el agua


Alegrías en el agua

A escala profesional o de fines de semana con amigos, el yachting se ofrece a pleno con la naturaleza. Competencias individuales, en pareja o con tripulación, el velerismo implica entrenamiento y sacrificio: claro que el premio de navegar observando la gran ciudad desde lejos puede ser la medalla de oro que derribe la rutina.

Esa única sensación de vivir a pleno la inmensidad del agua. Sobre el techo del barco y en la noche de río, una guía de estrellas acompaña a los navegantes que apenas ayer atendían en sus oficinas a las urgencias que llegaban vía mail. Apenas ayer cemento, smog, ruido y anteojos con aumento para ver sin fruncir los números en la planilla de Excel. Hoy el viento arrastra con calma a los siete muchachos del velero Drink Team a las costas de Punta del Este; abajo el ancla hace su trabajo firme y el amanecer se acerca aplastando con su vastedad.

Es que así son los deportes-hobbies, mitad en serio y mitad de fin de semana, como una especie de deportista social que en la semana es un analista de sistemas, un administrador de empresas o un jefe de un área comercial que se despoja de la rutina los sábados y domingos apenas zarpa en su barco a vela.

“Navegando prima el espíritu de equipo, se la pasa muy bien, con puteadas y enojos incluidos. Pero el barco olvida, de eso no hay dudas y de eso también se trata navegar”, explica Sergio Tonietti que disfruta de la náutica con un plus: los amigos. Carga su velero llamado Drink Team de siete tripulantes y sale a competir en cuenta regata se torne tentadora. Y sí hay buen tiempo y sopla un lindo viento, de esos que invitan, no se duda más que unos 10 segundos: llamado a algún amigo y al río de cabeza a planear un rato por sobre encima de las aguas.

“Es muy loco que navegando conozcas a tanta gente y de tantos lugares distintos”, cuenta Mariano Varela, un treintañero que apenas sube al barco toma su rol de proel, que en el mundillo del velerismo es como decir “el que más se moja”. Sigue: “comencé por hobbie, por mi afición a la carpintería naval me llegaban partes de barcos para arreglar y un día me invitaron a la primer regata. Ni lo pensé y acepté en el instante”. Pasaron casi 15 años.
Profesional o amateur de fin de semana, navegando solo o como parte de una tripulación de un barco, el velerismo crece a pasos largos en nuestro país y no es para menos, es que su pelotón de bondades promete despeje al aire libre, lucha cuerpo a cuerpo con la naturaleza y diversión en equipo. Tentador, ¿no?

Pero ojo que si la cosa se pone brava y el tiempo no acompaña o las aguas vienen demasiado picadas, cuando las competencias se extienden por más de 20 horas se asoman también las caras largas en el medio del agua. “Te haces sopa constantemente y llegas azul por la hipotermia porque estas mojado desde hace horas. Ahí te preguntas: ¿Cuándo se me ocurrió empezar con este deporte?”, dice Varela. “Pero aunque llegues muy mal, cuando te recompones ya estás pensando en volver. Es inexplicable para alguien que nunca navegó entender la sensación que se vive”, agrega.

Y de la mano del compañerismo viene la camarería entre unos y otros, y pese a que todos se quieren ganar, en general, no hay trampas ni nada que se le parezca. Así cada uno de estos caballeros y damas del agua tienen su club de pertenencia, su escudo en el agua, y entonces cuando un velerista no conoce a otro pregunta para rastrearlo: ¿de qué club es?

“De chico cuando mis amigos se iban a jugar al fútbol yo me iba a navegar, no pensaba en otra cosa”, cuenta Tonietti, que con su padre y hermano navegante, no dudó en sumar al equipo a su mujer e hijo.

Y ya están todos sobre el agua: está el timonel que lidera el grupo, a cargo del barco, el gran navegador que tácticamente planea el viaje según los pronósticos de tiempo. Y está el trimmer que con sus movimientos le da velocidad a las velas, y el piano que sube y baja las velas. También el escotero, y el proel para el cambio de velas.

Aunque eso si los vientos no ayudan o desaparecen a no desesperar porque se

tira el ancla y a sentarse a descansar panza arriba mirando al cielo.


Salir a flotar 
               Pepe Bettini a esta altura logró lo que unos cuantos ansían y otros nunca encuentran: combinar pasión, deporte, hobbie y profesión en una misma bolsa que se llama náutica. Él como tantos otros compite profesionalmente con su velero en nuestro país y en el exterior. “Estoy 364 días en el agua y uno en tierra, si no estoy arriba de un barco compitiendo lo hago para salir con amigos o estando en un gomón dando algún curso”, cuenta Bettini que con varios títulos sobre sus hombros, este año integró el equipo panamericano para los juegos en Río de Janeiro en la clase Lightning.

Pero para llegar a ser un velerista de alto rendimiento hace falta horas y más horas de entrenamiento, y hacerse en competencias donde se pueda medir el nivel. En la Argentina fue recién después de las buenas actuaciones y de las medallas que se obtuvieron en los Juegos de Sidney 2000, cuando el yachting pegó un saltó y creció en número de deportistas.

Y el camino para los amantes del yatching comienza en las primeras categorías hasta que a  los 18 años se abre la puerta de un mundo en donde “ves si tenés un sueño olímpico, si querés correr a nivel nacional o mundial. O si te gusta navegar solo, o con una tripulación”, explica Bettini.
¿Pero quien dijo que el yachting es solo cosa de hombres? Pregúntenle si no a Fernanda Sesto que entrena cuatro días en el agua, y dos en el gimnasio con la mirada puesta en los Juegos Olímpicos Pekín 2008. Bajo este entrenamiento duro Sesto ya participó en los Juegos de Sydney, primero, y Atenas, después; y ahora a los 31 dejó a un lado su carrera de Economista para ser instructora y Team Líder de equipos nacionales que compiten en el exterior. “En Australia se define si llegamos a Pekín. En la Argentina hay cada vez más mujeres compitiendo, cuando empecé había muchas menos. Hoy hasta hay categorías donde hay más mujeres que hombres”, dice Sesto.
               “De chica mi papá nos mandó a todos los hermanos a aprender por diversión yachting y de a poco me fui metiendo, mejorando y aprendiendo. Ya a partir de los 14 empecé a viajar como representante del país en la categoría Optimus”, cuenta Fernanda Sesto que compite en pareja junto a Consuelo Monsegur en la categoría olímpica 470 doble femenino.
               Pero no todos son vientos a favor en los navegantes de alto nivel: “para ser un profesional necesitas mucha plata, porque el material cuesta en dólares o euros. Acá en Argentina sobran los navegantes, hay mucho talento pero al momento de ir a una Olimpiada o ir a un Juego Panamericano te falta todo”, explica Bettini.
               Sucede entonces que en las competencias olímpicas de alto nivel la edad de madurez atlética de los deportistas se da entre los 25 y 35 años, cuando un cuerpo súper bien entrenado puede soportar la preparación dura que el yachting olímpico obliga. 

Así las pasiones del deportista profesional y del hobbista de fin de semana son primas hermanas, seguro que bajo otras dimensiones de entrenamiento y con otros intereses. Pero claro que cuando la brisa da de lleno en la cara, en el medio de un río o un mar, es como si el aire cortara de un saque el automatismo de la semana y la fiereza de la gran ciudad. Y ya no hay nada más que aire, luz y agua. ¿Para qué más?