viernes, 24 de agosto de 2007

Modelos vivos

Publicado en Agosto de 2007 en REVISTA VIVA

Al desnudo

“Me desnudé por primera vez a los 14 ante un desconocido. Iba caminando en las costas del Mar Negro en Rusia y un pintor me paró, me miró y me dijo: “con una mujer así se puede hacer una revolución”. Al otro día empecé a posar para una obra que duró un mes”, dice la rusa Olga Sokolínskaya en un bar de Flores, un sábado al mediodía, una hora antes de que otra vez se libere de todas sus ropas para que una veintena de alumnos la pispeen de arriba a bajo en una clase de pintura en el Centro Cultural San Martín.

En otro punto de la ciudad la pintora Lucrecia Aranda ajusta los detalles que tendrán a Olga durante dos horas como centro de atención de sus alumnos, que la verán como fuente de inspiración, musa de sus pinturas, objeto de sus miradas curiosas. Este sábado le toca posar a Olga Sokolínskaya, y el que viene le tocará el turno a la otra musa, Ibotí Etcheverry, que desplegará sus movimientos y quietudes en combinación con la actuación, su otra pasión.

Como ellas dos se calcula que hay unos 300 modelos, solo en Buenos Aires, entre jóvenes, maduritos y ancianos que muestran sus cuerpos tal cual como vienen de fábrica: gordos, delgados, pelados, panzones, celulíticos, blancos… perpetuando la profesión de modelo vivo tan antigua como el mismísimo arte. Es que pocos se animarían a posar su desnudez anti-modelo-de-pasarela, como lo hacen ellos sin vueltas ni prejuicios, en las escuelas de artes del Estado y en los talleres privados, frente a aprendices, profesores y artistas en un carretera lejana al perfeccionismo estético de la vidriera de la imagen, la moda y la cirugía estética.

“Dentro del arte hay otra mirada de la figura humana en la que no cabe la edad ni la belleza física. Pero nuestra profesión sigue rodeada de ignorancia y prejuicio. Cuando voy a hacer algún tramite y digo lo que hago me miran con desconfianza”, dice Lea Traba, una Psicóloga Social con más de15 años de modelo vivo. En la escuela de arte Manuel Belgrano, donde cumple diariamente con su rutina desnuda, se topa con constantes diarias para los modelos vivos: frío en invierno, tarimas rotas, las aulas con vidrios por la mitad y una precariedad laboral que los enmarca como contratados, no reconocidos jerárquicamente, teniendo que renovar cada fin de año sus contratos.

Entonces una estufa aunque ya no sea invierno para no sufrir el frío. Una tarima para no pisar descalzo un piso helado, unas cortinas bien ajustadas y la puerta cerrada con llave desde adentro para que ningún intruso se inmiscuya. “Un día en un acto de la escuela se me acercó un padre grandote y barbudo y me dijo: “nosotros dos nos conocemos”. Yo me lo quedo mirando. “Te tengo pintado en pelotas en un cuadro en el linving de mi casa”, dice Daniel Pereira, otro Psicólogo de más de 40 que hace una década es modelo vivo en la escuela de arte Lola Mora, en el corazón de Lugano.

“Para confundirlos nunca les digo mi edad a los alumnos. A ellos les llama la atención que pueda ser como un profesor y que me desnude. Rompo las barreras entre los jóvenes y los viejos de una manera devastadora: me desnudo para que mis alumnos me tomen”, cuenta Pereira en una de las aulas donde posa habitualmente. Cuando termina la clase de 40 minutos se viste y se cruza en los pasillos de la escuela con los mismos chicos de 16, 17 y 18 años que minutos antes lo vieron como Dios lo trajo al mundo. “Hay padres que vienen a la escuela a informarse sobre la educación que se da acá y le dicen que su hijo a partir de Cuarto año va a tener una materia donde un señor se va a desnudar en clase, y dicen: “ah que interesante, pero mi chico ni loco va a venir a esta escuela”.

Cuerpo a cuerpo

La mañana se asoma nublada en el barrio de Congreso, y desde una ventanita escasa de un segundo piso en pleno mejunje de edificios se asoma Celio Pereira Cangosú, un brasilero de color chocolate, que desde las 6 anda levantado acomodando el departamento antes de partir, como lo hace todos lo días, a las 8 y volver muy tarde por la noche. 100 % profesional cumple el sueño de todo modelo vivo: una agenda súper cargada de compromisos que lo llevan a posar por la mañana en la escuela de arte Ernesto de La Cárcoba, y por la tarde-noche a rotar por talleres de artistas particulares y escuelas de fotografías. Su celular anda dando vueltas por varias casas de artitas que ya saben que el día de Reyes va a ser imposible encontrarlo: desde hace 3 años es el Baltasar que los niños ven y tocan en el Jardín Botánico.

“La primera vez que posé me quedé duro, en calzoncillos sentado en el piso. Me preguntaban si quería descansar y yo les decía que no pero la verdad era que estaba todo acalambrado por el susto que tenía de estar desnudo ante un desconocido. Pero después me dí que el artista no mira al modelo eróticamente sino artísticamente, mira sus curvas, sus rectas, no su sexo”, dice con gestos que bien podrían despertar la fantasía de más de una dama.

Y sucede así: una vez que se despide de la ropa, la deja en un sector clave para tomarla rápidamente. Algún tapado largo o batón que enfunde la falta de ropa en el viaje de ida. Escucha y prepara el cuerpo para las poses cerradas, abiertas, croquis (poses fijas de poco tiempo), poses que manifiestan un carácter dramático, o poses destinadas al aprendizaje de la anatomía humana. Todo según el gusto del artista. “El ser humano busca imágenes de otros seres humanos para buscarse así mismo, es una de las ideas que maneja el arte. Quizás el modelo vivo sea uno de los eslabones menos conocido, y más necesitado en la cadena de la creación”, dice Mercedes Sarmiento profesora de pintura.

Resulta ser que muchos artistas serían nada sin su modelo vivo, sin su bastión de inspiración, sin ese cuerpo gestual quieto aguantando con hidalguía unos 40 minutos sin moverse. ¿Qué hubiera sido de Da Vinci sin su Gioconda? O ¿Aguste Rodin sin la inspiración erótica que le representó Camilla Claudel? “La belleza en el arte consiste en una representación fidedigna del estado interior del modelo vivo”, supo escribir Rodin.

“Yo soy narcisista absolutamente. Me encanta que me miren, debe ser porque soy tan chiquita que paso desapercibida en todos lados, entonces me gusta que mi figura quede en un papel, en una escultura como un registro de que existo y que mi paso por esta vida va a quedar registrado”, dice la modelo Ibotí Etcheverry. La primera vez, pese a la audacia, es para los modelos todo un choque. Ibotí temblaba como un flan recién servido en la mesa cuando se despojó de sus ropas ante un desconocido que la pintaba, y estuvo casi tres horas con una misma postura que le lastimó para siempre la rodilla. “A veces me pasa que yo me doy cuenta cuando alguien está pintando alguna parte de mi cuerpo, siento el lápiz pasando mágicamente por arriba de mi mano”, dice.

Suena el teléfono y el artista está al habla. El modelo pauta una entrevista previa para que se conozcan y fluya en el aire esa conexión artística que terminará destilando en una comunicación sin palabras. Y los límites están explícitos en el respeto entre ambos y en una carga de confianza que llega a que ni profesor, ni artista, ni alumno, puedan tocar ni con el dedo meñique al modelo desnudo.

“Investigas para saber con quien vas a trabajar. Necesito saber quien es, cual es su objetivo, a donde va con su trabajo. Es como una entrevista de trabajo”, cuenta Lea Traba madre un hijo de 8 años que tiene bien en claro que su madre posa sin ropas.

Claro que la preparación física y espiritual son dos centinelas que conjugan en algunos casos técnicas de yoga y actuación, lo que se dice un control del cuerpo y los movimientos para que no haya contracturas o desgarros. “Una musa no es querer ser, una musa es que te digan pinto mejor gracias a que posas vos. A veces me miro al espejo y me digo: este cuerpo no puede pertenecer a un solo hombre”, dice Olga Sokolínskaya camino al taller de la pintora Lucrecia Aranda.

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