lunes, 4 de enero de 2010

Divinos tesoros de San Luis


Divinos tesoros


Tres destinos de la provincia se destacan por ser centros de distintas alternativas que registran el desarrollo regional de los puntanos: el turismo minero como principal atractivo de La Carolina, el ciclismo de montaña en la Villa de Merlo y los deportes acuáticos en las aguas mansas de Potrero de los Funes.

Cuando nadie lo esperaba y tras una curva cerrada se aparecen apiñados sobre la ruta una veintena de ciclistas, con sus cabezas gachas, pegadas unas con otras como abejas en un panal. La escena sucede, y a menudo, por los caminos linderos a la Villa de Merlo, San Luis, uno de los puntos favoritos para la práctica de este deporte en sus facetas de ruta o mountain bike.
La villa, conocida como “la ciudad del microclima”, es también la cara turística de los puntanos gracias a los arroyos, la vegetación de hierbas y helechos, sus profundas quebradas y, desde ya, por estar ubicada en la falda occidental de la Sierra de los Comechingones a un promedio de 1000 metros sobre el nivel del mar.
También desde hace poco más de cinco años es el centro de visitantes que llegan con sus bicicletas, solos, en familia o en grupo de amigos, para recorrer caminos que atraviesan lagos y sierras. En este contexto un conjunto de ciclistas, apoyados por empresas locales e instituciones, creó la Agrupación MTB encargada de organizar competencias con el fin de contribuir a mejorar las estructuras de trabajo relacionadas al mountain bike. “Junto a los participantes, en cada competición, llegan sus familias y los amigos que los apoyan. Gracias a estas competencias creció el turismo en toda la región”, cuenta Claudio Mastronardi, uno de los organizadores.
Competencias como el Cruce de las Sierras de los Comechingones y la Unión de los Pueblos convocan a más de 200 competidores de Argentina y países limítrofes. “Los desafíos son de 50 Km. y los deportistas atraviesan arena, montaña y ripio hasta llegar al final”, amplía Mastronardi. La visión de los organizadores apunta a concretar competencias en la temporada baja para alentar la llegada de viajeros durante todos los meses del año. “Con la bicicleta se suscita la curiosidad, la simpatía, se favorecen las relaciones humanas y se tiene un contacto estrecho con el medio. El viento recorre nuestras mejillas, los olores inundan nuestro olfato, todo está envuelto por el esfuerzo de rodar y el paisaje por el que deambulamos. Eso es en esencia la sensación del ciclomontañista”, explican orgullos desde la agrupación.


El pueblo minero
A 1610 metros de altura y sobre la falda del cerro Tomolasta -ideal para la práctica de parapente-, se ubica La Carolina, un legendario pueblo fundado por aventureros que llegaron a fines del 1700 atraídos por la “fiebre del oro”. De tradición minera, este pequeño poblado -ubicado en lo más alto de las sierras centrales en el centro-norte de la provincia-, vive agitado por la llegada de viajeros que arriban para disfrutar de circuitos que prometen recorrer el museo de la mina de “Buena Esperanza” y la gruta “Intihuasi”, donde se encuentran los restos óseos y líticos de la cultura Ayampityn, quienes habitaron la zona hace 8000 años.
“El nuestro es un pueblo pintoresco con todas las casas construidas en piedra del lugar. La calle principal está empedrada de manera artesanal, siempre con la intención de respetar la tradición minera, conservando nuestra identidad”, cuenta la intendente Ingrid Blumencweig.
El circuito minero se completa con el museo El Tomolasta (“Casa del Sol” en quechua), creado en la década del 90 y que guarda desde una conana (mortero de piedra) hasta material lítico como antiguas puntas de flechas y raspadores.
Con la llegada de cada año el pueblo se viste de gala para recibir a visitantes de todas partes en la Fiesta del Oro. En el 2010 se llevará a cabo del 8 al 11 de enero y, como siempre, llegarán agrupaciones gauchas a caballo de toda la provincia y habrá desde entretenimientos hasta la elección de la reina.
Además en toda la zona de La Carolina “se destacan los productores de una papa conocida como semilla de muy buena calidad y certificada”, cuenta la intendente. “Entre las comidas somos conocidos por los corderos, y la carne de vaca hecha a la masa o con cuero bien condimentada y preparada en un horno de barro”, explica.
En cuanto a las artesanías los pobladores se destacan por las elaboradas piezas en piedras preciosas extraídas desde las mismas canteras por los artesanos. Otros, en cambio, de dedican a los hilados preparados en base a la lana de llama. Todos esperan el verano para incrementar sus ventas con la llegada de visitantes.


Un gran lago y mucho más
Injusto sería olvidar del mapa puntano a Potrero de los Funes, un paradisíaco valle rodeado por serranías que dejan al descubierto quebradas, arroyos y saltos. Ubicado a poco menos de 20 kilómetros de la ciudad de San Luis y cruzando la Quebrada de los Cóndores -un macizo de granito que fue dinamitado para que pasara el camino-, cuenta los lugareños que se puede “escuchar respirar a los árboles y mascullar al musgo”. La zona que debe su nombre a una familia de apellido Funes, pionera por estas tierras a comienzos del siglo XIX, es la gran apuesta de la provincia y en los últimos cinco años se desarrolló más que nunca con la construcción inclusive de un autódromo de nivel internacional.
Fue en 1860 cuando con la construcción del dique sobre el río Potrero que la región comenzó a tomar vuelo. Destruido por una creciente, reconstruido en 1876 y reemplazado en 1927 el embalse dio origen al lago artificial, de aguas cálidas y serenas, hoy punto numero uno de atracción. Rodeado por las sierras de San Luis y La Paz, en los alrededores del lago los puntanos desarrollaron una infraestructura que va desde balnearios, recreos, hosterías y cabañas, hasta un hotel internacional.
Es decir los viajeros pueden ajustar la visita a su bolsillo. Durante el día el lago en Potrero de los Funes es aprovechado para practicar deportes náuticos como el esquí acuático, el buceo y el windsurf, sin olvidarse de que es un centro de referencia para pescadores por sus carpas y pejerreyes. Para el momento del almuerzo o la cena los restaurantes ofrecen, con mesas al aire libre, los platos típicos de la región que van desde el chivo a las brasas hasta el asado con cuero o el locro. Ya por las noches, y en verano, las calles de la zona se pueblan de artesanos locales y de espectáculos artísticos. Como broche magnífico, y gracias a la protección de las sierras, el clima es agradable durante casi todo el año, frío en invierno y con nieve en los cerros, y templado intermedio en la temporada estival. Si uno anda con suerte podrá ver en las cumbres más altas a los cóndores sobrevolando con destreza los cielos.
Más allá, a la distancia e imponentes, hacia el oeste, se asoman los cordones montañosos de la precordillera de los Andes. Pero esa es otra historia.

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