sábado, 9 de junio de 2007

Kitesurfers en el río

Publicada en revista El Planeta Urbano


Estar cerca del cielo

Alejarse del mundillo cotidiano corrompe a la rutina. kitesurf a orillas del Río de La Plata. Agua, viento, aire.



Con los pies embarrados por la playa -salpicada de agua y tierra-, se preparan los primeros kitesurfer llegados de las arterias que unen a los extensos bloques de cemento, donde no hay espacio entre unos con otros y las ventanas casi se comunican, dando lugar a una falta asfixiante de terruño propio. Con el apoyo contundente del Río de La Plata los muchachos y muchachas se disponen para la diversión, alejados del calor urbano.
Por Buenos Aires el kitersurf tiene reunión obligada en la zona Norte, tan próxima a la naturaleza. Allí llegan, despojados de maletines y de mejunjes de ejecutivos. Desarman los equipos de kite, ajustan las mayas y sus trajes de neoprene (los más sofisticados) y dejan, por fin, guardada hasta el lunes a la rutina fatídica en horarios.
Los más novatos juguetean con pararse sobre la tabla y navegar al menos por un rato, soñando algún día volar. Con sus cuerpos aún no bronceados aprovechan cada momento libre para la escapada hacia la costa del río. Llaman para preguntar si habrá viento y se vienen con la expectativa de aquel que descubrió una forma de huirle a lo mismo de siempre.
Francisco es instructor desde hace tres años: “el kite tiene potencia y adrenalina. Se puede volar y saltar, y cuando estás más adelantado podés manejar una cantidad grande de pruebas”. Se presenta con su traje de neoprene, sus anteojos de sol inmóviles, tres puntos en una primera caída, siete en una segunda y un diente delantero víctima de alguna de las dos. No obstante advierte que “no es un deporte peligroso, sino más bien divertido. Lo peor que puede sucederle a un aprendiz es confiarse. Por lo demás hasta los palos que te das son divertidos”.
Esta tribu no tiene edad, la integran tipos ya maduros y se destacan los más adolescentes: la campeona mundial es una española de 10 años. Para todo buen kitesurfer la ligereza y la elasticidad son primordiales para manejar con libertad una tabla de poco tamaño, y que hace de espera para la variedad de acrobacias. Según dicen los expertos el kite se aprende rápido en comparación con otros deportes por eso el progreso es constante. Para un novato, dos semanas de puro entrenamiento pueden convertirlo en una persona lista para el choque racional con el agua y el viento.
Para el director de la escuela Velavila de Puerto de Tablas, Hernán Vila, “es importante no perder el control, y manejar la potencia que se tiene en el agua. Muchos optaron por el kite porque por los vientos es más adaptable al Río de La Plata que el windsurf ”. Sentado, mirando al río, Vila cuenta “que es una de las mejores alternativas de Buenos Aires porque es super divertido y se práctica en esta zona que es de otro planeta con paz, naturaleza y desenchufe”.
Otra de las virtudes del kite es que puede ser practicado tanto en mar, lago o río. Punta Rasa, cerca de Villa Gesell, es uno de los lugares elegidos. También los son Punta del Este y, desde ya, Centro América donde el power de las olas enamora a todos.
Un aliado ineludible del kite es el viento. Por fin, el viento, personificado como el destino que dirá cuanto durará el regocijo. Su propia majestuosidad es la autoridad de esta práctica acuática, tras su grandeza se esconden los kitesurfer esperando, agazapados, reaccionar ante sus acciones. Mientras tanto el agua, siempre elegante, deja jugar al antirutinario representado arriba de una tabla, y aferrado a una barra con cuerdas que indican el camino hacia el cometa hinchado, siempre rozagante en el aire.
“Yo miro para la ciudad y me digo qué locos que están todos. El río es armonía y el kite una conexión con la naturaleza”, dice Vila desde Puerto Tablas.
La imaginación vuela y brilla en los saltos, punto máximo de la creatividad del kite. Tras cada movimiento de adrenalina viene otro que debe superarlo, ese es el summun que desafía a esta tribu sin edades ni sexo. “No somos muchas las mujeres que lo practicamos pero de a poco se están animando más. En mi caso el kite es como el paraíso que me aleja del infierno que es el afuera”, dice Jimena, madre de dos hijos windsurfistas. “En el agua estás vos sola, no hay nadie que te diga que hacer. Todo depende de tus decisiones”, desarrolla la mujer mientras que advierte con felicidad que el kite también la aparta por un rato de su marido.
La orilla, como toda antesala, alberga a los kitersurfer que no desaprovechan momento para observar el agua y hacer fuerza para que el viento se digne en presencia. También ese margen como lugar de reunión y armado de los equipos. Allí se comparten experiencias, se habla de las olas del caribe, de las nuevas técnicas y de los más avanzados kite, porque esta tribu es muy unida y si uno necesita subir su cometa al cielo allí estará otro corriendo a la par para ayudarlo. Es casi natural, pero no deja de asombrar la fraternidad entre tipos que en la semana diseñan planos o instalan programas de informática, sin tener la más mínima relación entre ellos hasta el sábado.
Ya lejos de la ciudad Gerardo, un analista en informática, infla los tubos de su kite: “este es mi mayor despeje. Para mí no hay nada mejor porque me saca de mi mundo. ¿Qué mejor despeje que este?, imagináte todo el día al lado de una computadora”, desafía sin tentar a nadie.
Como deporte llegó a nuestro país a finales de la década del 90 y hoy es un deporte extremo novedoso que se construye día a día como disciplina. Para ratificar el boom expansivo de esta tribu la Argentina ya cuenta con un exponente brillante llamado Martín Vari, campeón mundial en su categoría.
En los últimos dos años la tribu engrandeció su número y durante las tardes de fin de semana la escenografía del Río de La Plata no deja de sorprender con la cantidad de kite casi pegados entre sí: “por el viento el mejor momento para navegar se da a la 5 de la tarde. Igual a esa hora también se hace difícil porque nos juntamos todos y se pone un poco incómodo”, cuenta Gerardo que estrena con sonrisa pícara un kite de 1500 dólares.
Daniel Fioriti es uno de los pioneros. Empezó cuando apenas había dos kite en la Argentina: “lo descubrí en Hawai en el 97 y después lo seguí practicando acá todos los días. Yo siento que practicar en Buenos Aires me da la misma sensación que el ski en la nieve. Es como si te enchufaras con el ski y supieras que atrás de tu casa tenés una montaña para practicarlo”.
Los saltos pueden llegar hasta los 10 metros y la sensación de volar por el aire un puñado de segundos, de todas manera se vuela y es esa la sensación indescriptible por Daniel. “Lo bueno es que siempre hay algo para mejorar porque te da mucha apertura. Pero es la sensación de volar y navegar a fondo la que atrae”, dice el instructor que muestra un bronceado que data de tiempos lejanos como si el sol quemara todo el año. “Si bien es considerado un deporte extremo, si seguís todos los pasos de seguridad, sos prudente y siempre estás un cambio abajo de lo que podés dar nunca te va a pasar nada. Las normas de seguridad deben ser respetadas por uno mismo y por lo demás”, dice el instructor.
El atardecer de un día soleado deja plasmada su puesta por sobre los muchachos que caminan Puerto de Tablas. En fin, nueva excusa para volver a observar el cielo. Algunos kite todavía navegan chupándole los últimos vientos al río. Desarman los equipos y se visten para la urbanidad. La rutina asoma sus sonrisa amarga y predica a trabajar, a estudiar y ... a pensar en el sábado que viene.

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