martes, 12 de junio de 2007

Locos por la Harley

Publicado en la revista El Planeta Urbano

Haciendo camino al andar
Disfrutan de las rutas como nadie, poderosos arriba de una Harley. Se juntan para viajar por todo el país y rediseñan sus motocicletas según el estado de ánimo. Dicen que por donde pasan ya nada vuelve a ser igual.

El sonido abrasador de una Harley es inabarcable. Cada resonancia del motor es limpia y diferenciable de la otra. Atrás de unas cuantas originalidades más se esconde una tribu de exquisitos seguidores que rediseñan sus Harley según el temperamento. “La última vez que la ví era blanca. Y ahora está pintada toda de rojo”, dice sin asombro Marcela Porchieto hablando de la motocicleta de su amigo Arnedo.
Hay una imagen estereotipada del harlero que difiere con la realidad. Las constantes en el perfil del motoquero lo emparienta con la rebeldía, la vida del rock y, tal vez, algunos vicios. En definitiva un motoquero estereotipado es aquel que camina las rutas paralelas buscando su propio destino. Un harlero puede ser eso y también mucho más.
Juan Carlos Tiebout es un hombre flaco y enérgico. Mañero con los detalles de la moto, viste más bien un look de jean y camisa urbana. Muy burgués. También es un jubilado de 76 años que en agosto de 1947, cuando tenía 17 años, se compró la primera Harley. El cuñado se la trajo en barco de Estados Unidos: “esa es mi primera moto y también una de las primeras Harley en el país”, dice el harlero que ya tiene en el resguardo de su casa de Becar a tres motos más.
“Siempre me gustó la mecánica. Al principio era ciclista hasta que apareció la moto en mi vida. Ahora sin dudas digo que es una situación distinta a todas. Es dominar la ruta y el tiempo. Sentir el sol, el viento y la lluvia. Aunque también es sufrir”, agrega Tiebout.
El veterano es uno de los pocos en darse un autentico gusto, digno de envidia entre los demás: es electrotécnico y a sus motos no se las toca nadie más que él.
A pronta vista un harlero parece siempre estar posando como en una vidriera, en una actitud de pecho inflado que explota cuando está arriba de su Harley. Una buena forma de empezar un dialogo con ellos es hablando de las bondades mecánicas de su motocicleta.
En el año 54 Tiebout sumó a su vestimenta un pantalón y una campera de cuero. El desafío que enmarcaba la incorporación del vestuario era cruzar por primera vez la cordillera de los Andes. “En mi caso el cuero me protege del frío, del calor y de los raspones. Por eso es necesario e imprescindible”, dice asegurando que aquellas mismas ropas siguen actuando a pesar de que el cuero esté mucho más duro.
Más allá de las rutas, los retos cotidianos de un harlero transitan primero por sobrevivir al caos vehicular que le ofrece, a modo de menú desagradable, la jungla de cemento porteña. Sus primeros enemigos son los automovilistas, los colectiveros y los taxitas. En tanto que se muestran aliados con ciclistas y peatones. Piza hace tiempo que no maneja su Harley por la ciudad porque se siente inseguro: “el automovilista es irrespetuoso para el que va caminando y para el que va en bicicleta, pero mucho más para el que va en una moto. Y si encima si tenés una Harley más de uno si puede te tira contra el cordón”.
Sebas Piza es un verdadero hombre de la city actual. Viste un armonioso traje gris que deja relucir unos lustrosos zapatos negros, aunque recién está completo cuando se sienta arriba de su motocicleta. Se lo nota preocupado dando vueltas alrededor de su Harley afectada por una corta caída sobre el asfalto de Mendoza. Hace una hora que salió de la oficina del microcentro, donde trabaja como abogado, para seguir en primer plano la evolución de su moto.
Ni Tiebout se parece a Peter Fonda, ni Piza se asemeja a Denis Hopper, los interpretes de la iconográfica película sobre motoqueros “Buscando mi destino”, pero el romance entre el hombre y la moto se percibe en cada uno de sus movimientos. “Algunos dicen que es un sacrificio viajar hasta Mar del Plata. Pero yo viajo, llego y cuando me bajo parece que hubiese estado en el sillón de mi casa”, explica el experimentado Tiebout.
El galanteo entre un harlero y su moto se transmite en admiración, en miradas precisas y detallistas, en presunta indiferencia ante otra Harley. Con esta actitud se para Marcela Porchieto al lado de su Harley Sporster 883. “Yo aprendí a manejar con esta moto. El poder que sentís arriba es impresionante, a mí siempre me gustó de chica. Yo podía elegir entre un auto o una moto y elegí la moto, después con el tiempo descubrí los encuentros de motos y me gustó mucho más. El grupo de gente que se arma es fantástico”, dice la mujer.

Todos al diván
La Harley cura: “los quilombos que uno tiene encima te los olvidás porque estás concentrada en el ruido de la moto. Te evadís de todo. Yo en vez de sicólogos me subo a la moto y ya está”, se sincera la ama de casa y mamá Marcela Porchieto. Todavía está reocupada porque una mancha de aceite la hizo caer de la moto junto a su hija de 10 años. La chica se esguinzó el pie y no quiere saber nada con volverse a subir a la Harley. “Ya se le va a pasar”, dice la mamá enfundada en una campera de cuero negra.
“Me encanta el poder que te da”, explica Porchieto que cuando no tiene nada que hacer se aferra a su maquina de cocer para armar almohadones, artesanías y carteras.
“Andar por las rutas es una sensación de libertad total en la que te conectás con vos mismo. Estás solo con los pies a 20 centímetros del piso y a 140 kilómetros por hora. Solo vos y el asfalto”, dice Sebas Piza. Sigue: “te quedás en tus propios pensamientos enfrascado en vos mismo. Para mí subirme a la moto es como ir al psicólogo. Yo cuando ando en moto me olvido de los problemas personales, de la oficina. Ese día se me alegró la semana. Yo cuento los días para que llegue el fin de semana para subirme a la moto y andar”.
A modo de terapia grupal los harleros organizan salidas en conjunto, unas excursiones que los llevan a diferentes puntos del país. Es impactante ver a una ciudad paralizada por harleros que desfilan por sus calles al compás del ronquido de los motores.
“A la ciudad que vas se para todo, la gente se agrupa para sacarte fotos, te hacen reportajes. Es la vanidad que tenés adentro pero realmente te sentís importante. Después a la noche salimos a los boliches todos juntos”, dice Piza.
Dentro de los harleros –se juntan alrededor de 200 en cada encuentro- están los más viejos, los que andan más rápidos, las mujeres y los más jóvenes, aunque estos dos últimos grupos son los más reducidos porque la mayoría ronda los 50 años. “Yo al harlero argentino lo veo como un tipo muy macanudo que decidió gastarse el dinero en él, porque en definitiva es un regalo medio egoísta que solo lo disfruta el conductor. Es su chiche”, asegura el joven abogado.

Bicho raro
Beltrán Arnedo podría ser tranquilamente el hermano de Mickie Rourque. Pero es el hermano de Diego Arnedo, bajista de Dividos. Hace 35 años quedó impactado ante una Harley que vio pasar por la esquina de su casa. Unos años después la volvió a encontrar en una película. Ya de más grande se la compró.
“Es como una terapia, hay gente que hace análisis, hay gente que se medica, hay gente que usa drogas. Arriba de la moto la concentración tiene que ser ciento por ciento porque no tenés tiempo para otra cosa. En una auto vos disfrutas del paisaje en cambio en esta moto vos sos el paisaje”, dice Arnedo.
Aparte del cuero, el harlero maneja desde camisas, remeras, encendedores y prendedores -todos con motivos Harley-, hasta accesorios que cuelgan de sus motos. Marcela Porchieto modificó el asiento, los amortiguadores y el color gris actual ya suplementó al fucsia, y al rojo de tiempos pasados. “Me gusta personalizarla. Lo bueno es que podes modificarla y nunca te cansas”, dice la motoquera.
Inevitable es que no dejen sus huellas por donde pasan. La tribu harlera será siempre particular. “La gente te mira de todas las formas. Con miedo. Con bronca. Con asco. Con admiración. Movés emociones. Seguís siendo un bicho raro”, sentencia Arnedo.

No hay comentarios: